En un período en que nuestro padre no pudo trabajar establemente nos llevó a recorrer algunas zonas del norte del país. Lo que vais a ver, nos dijo, es importante para todos. No solo para nuestra historia sino para cualquier humano. Los occidentales y algunos de nuestros próceres dicen que entre el curso de estos dos ríos amplios y generosos tuvo lugar la cuna de las ciudades. Creo que exageran, que cunas ha habido en muchos territorios y aún falta mucho por descubrir. Y sobre todo por interpretar. No creo que la cultura naciera en un solo lugar del planeta, así que no hay que conceder tanta importancia a su origen como a su desarrollo, a lo que llegó cada cultura a ser y a extenderse. Y menos hacer objeto de patriotismo moderno de aquello que nos ha hecho simples herederos. Casi siempre desagradecidos herederos. No somos propietarios de aquel pasado, pero debemos rescatarlo para conocerlo; también para cuidar de sus restos.
Él, nuestro padre, nos hablaba así, con palabras claras para que entendiéramos, pero con conceptos reveladores. Donde los niños veíamos sólo montículos desenterrados a medias él ya estaba percibiendo el trazado de calles, la zona del palacio o los templos que, de ordinario, eran lo mismo. No os fiéis de los dioses, nos decía, y menos de quienes viven de ellos. En las lejanas civilizaciones que habitaron estos lugares el gran mandatario era también el dios. Luego cambiaron algo las cosas, porque mientras unos se hicieron fuertes por servir con las armas al gran jefe otros se consolidaban creando castas que sostuviera el culto a aquel personaje medio dios medio rey. Las explicaciones de mi padre me fascinaban principalmente a mí. Era tan diferente lo que pensaba mi padre sobre la vida de antes y cómo la proyectaba en la de ahora. ¿O era a la inversa? Tenía tan poco que ver con lo que contaban la mayoría de nuestros vecinos. Mantener con mis amigos una conversación sobre la historia de nuestro país fue casi siempre algo bastante polémico. Pero transmitir lo que me enseñaba mi padre y defenderlo delante de otros me hizo fuerte. Sobre todo para acrecentar mi tenacidad interior, para respaldar mis empeños posteriores.